Se notaba en el ambiente que lo que íbamos a presenciar no era un concierto más, sino un cierre de capítulo. Se sentía en el murmullo de la gente, en la mirada de quienes llevaban camisetas de la banda o de los que se enamoraron de ellos con el icónico álbum “The shape of punk to come”.

Cuando REFUSED subió al escenario, la energía explotó. Dennis Lyxzén apareció con una presencia imponente: se movía por todo el escenario, deslizándose de un extremo al otro, mezclando rabia, baile y convicción. Sus palabras, cuando habló entre canciones, no eran leves: “Estamos en un mundo más que jodido ahora mismo”, dijo en una de las pausas espontáneas.

Musicalmente, la banda dio un repaso feroz a su repertorio clásico, comenzando con “Poetry written in gasoline“ y siguiendole éxitos como; “Rather be dead”, “Liberation Frequency” o “New Noise”. Habia momentos en que la guitarra de Mattias Bärjed se lanzaba en riffs afilados, las bases de Magnus Flagge eran crujientes y la batería de David Sandström clavaba cada golpe con precisión, como un martillo que no perdona.

El público no se quedó atrás: pit, saltos, brazos en alto, voces que intentaban seguir los estribillos imposibles de cantar bien entre el estruendo, y una comunión real con la banda. El volumen subió, las luces explotaron en ráfagas, y el ambiente se transformó en algo eléctrico, visceral.

Un momento que me quedó marcado fue cuando, tras un tema especialmente frenético, Dennis hizo una pausa y dijo algo como: “No estamos aquí solo para divertirnos, estamos aquí para gritar lo que no se nos permite gritar en el día a día”. Y la sala resonó afirmandoló.

Ver a Refused en esta gira de despedida tiene, sin duda, un aire de ritual: no es solo la nostalgia de una banda legendaria, es el reconocimiento de algo que tuvo un impacto real estético, político, emocional y que ahora se despide frente a nosotros. Como se ha dicho, esta gira no es un retorno más, es “la última vez”.