Llego el turno de los titanes del crossover thrash, D.R.I. (Dirty Rotten Imbeciles). La banda tejana demostró que, tras más de cuatro décadas, aún pueden destruir escenarios y patear traseros como en los 80. Con un repertorio que abarcó desde sus orígenes hardcore hasta sus himnos más metaleros, D.R.I. ofreció un show demoledor como de costumbre sin dejarse nada en el tintero.

Clásicos como "I don't need society", "Couch slouch" o "Thrashard" retumbaron en la sala con la fuerza de una granada de fragmentación. Kurt Brecht, siempre frenético y sin perder la voz, arengó a un público que no paraba de saltar, empujarse y corear cada línea como si fuera un mantra callejero.

Spike Cassidy, guitarrista y miembro fundador, se mantuvo sólido, escupiendo riffs afilados con la misma rabia que hace décadas. El sonido, aunque crudo como exige el estilo, fue lo suficientemente claro como para disfrutar cada nota sin perder ese caos tan característico.

Con la sala abarrotada, una mezcla de veteranos de mil batallas, punks de nueva generación y metaleros que encontraron en el crossover un punto de encuentro. El ambiente fue explosivo pero respetuoso, y el sudor compartido en el moshpit fue prueba del ritual que solo este tipo de conciertos puede ofrecer.

El concierto de los americanos fue una reafirmación de que la rebeldía y la energía siguen vivas en los escenarios, sin maquillaje, sin filtros. Para quienes estuvieron allí, fue un viaje al corazón mismo del ruido.