Con el paso de los minutos y después de una breve pausa, No Fun At All apareció en el escenario encabezados por su vocalista Ingemar Jansson. La sala, que ya estaba a tope, se desbordó de emoción cuando la banda comenzó con “Spirit”, con su característico sonido punk melódico, el quinteto sueco demostró que, a pesar del paso de los años, su energía y su capacidad para conectar con el público siguen intactas. La banda desplegó su repertorio más conocido, intercalando éxitos como “In a moment”, “I have seen”, en una verdadera explosión de riffs rápidos y melodías pegadizas.

La química entre los miembros de la banda y el público barcelonés fue inmediata. Ingemar, siempre cercano y comunicativo, aprovechó cada oportunidad para interactuar con la audiencia, lo que creó una atmósfera de complicidad y diversión. Kjell Ramstedt, el batería, impecable y vertiginoso durante toda la noche, mantuvo a todos a ritmo, mientras las guitarras seguían descargando energía sin cesar. Uno de los momentos más emocionantes de la noche llegó cuando tocaron “Master celebrator” y todo el público, sin pensarlo, comenzó a saltar y cantar al unísono.

A lo largo del show, No Fun At All no dejó de alabar la energía del público barcelonés, la sala estalló en euforia con los últimos compases de su set, cuando la banda interpretó su último tema “Catch me running round” y el público, ya completamente entregado, cantó la letra como si fuera el himno de toda una generación.

En resumen, el concierto de No Fun At All y The Joke fue un recordatorio de lo que hace especial a la música en vivo: la conexión entre banda y público, la energía palpable en el aire y esa sensación de que, mientras suene la música, nada más importa. Una noche inolvidable que dejó claro por qué Barcelona sigue siendo un epicentro del punk más genuino.